Esta es una de mis experiencias viajeras más especiales. Una aventura en Malí que podría mhaber acabado en tragedia, pero el destino estaba escrito…
Años 90. Todo auguraba que iba a ser un viaje interesante: con la dosis adecuada de aventura, la incursión en el África profunda recorriendo el Sahel y las incomodidades asumidas de los destinos a visitar. Iba a conocer dos de los países africanos a los que, desafortunadamente, ya no se puede viajar.
Aterrizamos en Bamako, la capital de Malí, construida en una curva del Río Níger, el tercer río más largo de África y el más importante del oeste del continente, navegable desde esta ciudad. Corrían los años 90 y una agencia de viajes francesa, Nouvelles Frontieres -tiempo atrás absorbida por un gran grupo empresarial- organizaba circuitos por el Sahel, un cinturón de más de 5000 kilómetros que atraviesa África de este a oeste, antesala del desierto del Sáhara.
Éste es uno de los destinos, en los que hay que afinar en la climatología antes de emprender el viaje
En la época seca (diciembre) no cae ni una gota, pero en la época lluviosa (agosto) las tempestades y aguaceros te pueden dificultar seriamente el viaje. Ése fue el caso: agosto, calor, tormentas, mucha lluvia y riesgos innecesarios. Esta es una de las zonas más castigadas de África, nada que ver con el África Austral , región del continente con la economía más desarrollada.
Aquella sonrisa limpia y tímida de la niña africana paseando por Bamako, con sus trencitas de alambre y su cacharro oxidado en la cabeza, no podían presagiar nada malo. Sigo enamorada de esta imagen. Estaba en el África Occidental, una de las veintidós sub-regiones en que la ONU divide el mundo, compuesta por 16 países en el golfo de Guinea, algunos de los más pobres del continente y del mundo, entre ellos los que íbamos a visitar: Malí y Burkina Faso.
Volamos vía París con Air France y aterrizamos en Bamako. Éramos un grupo de 10 viajeros y nos acompañaba el supuesto líder y guía, de cuyo nombre prefiero no acordarme. Un impresentable colaborador de una agencia especializada en África (que ya no existe), que se encargaba de nuestro grupo. Lo vimos el primer día, otro rato a medio viaje -plantamos las tiendas una noche en el jardín de su casa situada delante de la Mano de Fátima, unas famosas paredes para escalar- y por último apareció en Tombuctú, el fatídico día en que nos engañó.
Atravesar el Sahel en época de lluvias es una odisea. He leído recientemente una noticia que comenta que las lluvias torrenciales se han triplicado en el Sahel en los últimos 35 años, debido al aumento del calor en el desierto del Sáhara. El 4×4 (de la época) que utilizámos hasta llegar a Tombuctú, continuamente embarrancaba y costaba mucho sacarlo del barro.
Menos mal que nuestro conductor era un fornido maliense, con algún título de boxeo a sus espaldas, de cuello recio y musculatura prominente
Todos le ayudábamos, pero él era el artífice de sacar al vehículo del barro. La carretera en ciertos tramos era difícilmente practicable. Por el camino visitábamos aldeas con familias que vivían en precarias construcciones de adobe y paja, animales pastorando y muchos niños. En algunos lugares parecía que no hubieran visto antes a un blanco, nos tocaban la piel con sorpresa y una tímida sonrisa. Los niños que siempre sonríen, son lo mejor de este continente.
Después de visitar el País Dogón y realizar una caminata de un día por la Falla de Bandiagara, inolvidable experiencia que merece un relato aparte, finalmente llegamos a la mítica Tombuctú, punto de intersección en la ruta comercial transahariana de norte a sur. También una llegada accidentada. Teníamos que atravesar el río Níger para acceder a la ciudad y el precario transbordador no aguantaba el peso necesario. Así que tuvimos que salir del vehículo y cruzar caminando un trozo del cauce.
No era recomendable hacerlo sumergiendo los pies en el agua por los parásitos, así que nos subimos a la espalda del conductor, hasta llegar al transbordador. Nos trasladó uno a uno. Mientras estábamos atravesando el río, el transbordador se paró y quedó suspendido, descargó una lluvia torrencial espectacular, empezamos a zarandearnos fuertemente de lado a lado y apunto estuvimos de salir disparados río abajo. Tuvimos suerte. Nos libramos por los pelos. Fue uno de los momentos críticos del viaje.
Finalizada la visita de la ciudad, había que hacer de nuevo el camino inverso hacia Mopti. El impresentable «guía», sugirió hacerlo en una especie de canoa remontando el río Níger para ahorrarnos de nuevo la accidentada travesía por el desierto. Parecía una forma diferente y atractiva de realizar la vuelta sin necesidad de volver a atravesar el Sahel. Confiamos en él y aceptamos. Seis de los componentes del grupo -los otros declinaron esta opción porque una de ellas tenia miedo al agua- nos subimos a una larga piragua de madera cubierta por una lona maltrecha, dispuestos a navegar por el río al más puro estilo de los exploradores que intentaban descubrir el continente.
¿Qué hacía en medio de África, en un país llamado Malí, hundiéndome en un lago que ni siquiera conocía?
Recordemos: agosto, mes de lluvias. El cascarón empezó a llenarse de agua a las pocas horas de iniciar la navegación. Un chico joven, con quien nos comunicábamos por señas, conducía aquella larga y precaria embarcación que avanzaba con un ruido ensordecedor y a dos palmos por encima del agua. Así dos interminables días, navegando desde que el sol se levantaba hasta la madrugada y acampando en cualquier lugar a la orilla del río Níger. No íbamos preparados y acampábamos de cualquier manera sin ver ni lo que pisábamos.
El tercer día prometía ser más de lo mismo, pero al rato de iniciar la navegación, apareció un lago en nuestro recorrido: el Lago Debo. Estábamos a 240 km de Tombuctú. Resultaba atractiva una variación en la aburrida e interminable trayectoria hacia Mopti. Apareció sin previo aviso: precioso, con los rayos de luz iluminando sus aguas. Me pareció inmenso.
Y allí, en medio del lago, un barco de tres pisos destartalado, oxidado y lleno de africanos que nos miraban atónitos apoyados en las barandillas de las cubiertas
Nosotros, los seis ilusos blancos del cascarón, empezamos animadamente a hacer fotos del barco y sus gentes. Ellos nos hacían gestos para que nos aproximáramos al barco. No lo entendimos, dado que todavía faltaban 80 km para seguir el curso del Níger hasta llegar a Mopti.
A partir de ese momento, fue una sucesión de precipitaciones y desatinos que se agolpan en mi cabeza. ¿Qué hacia en medio de África, hundiéndome en un lago que ni siquiera conocía?. En cuestión de minutos se desató una tormenta como si no hubiera un mañana. No se cómo nuestro barquero se aproximó hasta la pared del barco y ató la embarcación, pero lo consiguió.
No se veía nada, sólo agua por todos lados. La lona de la barca ya había salido disparada. Empezamos a escalar (literalmente) por el elevado lateral del barco con la ayuda de los pasajeros que nos aguantaban como podían
Por indicación del barquero, dejamos en la barca nuestros enseres -en el último segundo decidí colgar mi mochila en la espalda-. Y justo cuando ya había subido a bordo el último de mis acompañantes, el barco se inclinó y nuestra piragua se hundió en la profundidad del Lago Debo. Nos salvaron la vida. El barco hacia el trayecto quincenal Tombuctu-Mopti, pero milagrosamente ese día y en aquel momento justo, estaba allí. El destino. Atisbé a ver desde la cubierta del barco la lona azul de UNICEF que cubría la piragua, flotando en el agua y único testigo del desastre.
Nota: El barco paró cuatro horas en medio del Lago Debo, para rescatar la piragua y recuperarla del fondo del lago. Una lección de solidaridad y de cómo en África una piragua destartalada es un objeto vital. Parte de mi reportaje fotográfico acabó en el fondo del lago. Finalmente logramos llegar a Mopti.
Uno de los integrantes del grupo hubo que evacuarlo a España por sospecha de malaria. Los compañeros de viaje (nadie más se hizo cargo de la situación) tuvimos que poner unas rudimentarias señalizaciones para que la avioneta aterrizara en la improvisada pista de aterrizaje
Visitamos la famosa Djenné, su gran mezquita en día de mercado era uno de los platos fuertes del viaje, pero la vimos sin mercado y sin colores en el día equivocado. Una gran decepción. El viaje siguió sin pena ni gloria hacia Bobo-Dioucasso (segunda ciudad en importancia de Burkina Faso), para finalizar en Ouagadougou, la capital. Demasiados errores, avatares y percances.
El supuesto guía nunca más apareció. Y sigo sin querer acordarme de su nombre, a pesar de que tengo tentaciones de decirlo para que nadie viaje con él -si es que sigue organizando viajes- y se exponga a su irresponsabilidad y falta de profesionalidad.
Han pasado muchos años y desafortunadamente, ya no es posible realizar este viaje
La amenaza del Estado Islámico con atentados, secuestros y conflictos bélicos, han eliminado estos países de los destinos turísticos del África Occidental. Por tanto, éste será un viaje irrepetible para el recuerdo. Quizás uno de los viajes más especiales que haya podido realizar, a pesar de que casi me ahogo en el río Níger.
Una aventura difícil de olvidar. ¿Has tenido una experiencia viajera que te haya marcado para siempre?. Anímate a compartirla con otros viajeros en los comentarios . ¡Felices viajes!
8 comentarios en “Malí: casi me ahogo en el río Níger”
francis
(27/04/2020 - 17:11)Gracias Bea por compartir tu magnifica aventura por tierras africanas,…menos mal que estas aqui para poder seguir contandonos tus aventuras viajeras
Bea
(29/04/2020 - 19:17)Muchas gracias, querido! Sí, estoy aquí y con muchas ganas de seguir viajando y contando historias.Esperemos seguir viajando muuuuuchos años más.
Creciendo con mis viajes
(16/09/2020 - 15:38)Madre mía Bea, vaya viajecito… Menos mal que todo quedó en susto y estás aquí para rememorar un viaje que muchos no podremos hacer. Yo soy partidaria de comprartir los nombres de «guías» impresentables para que nadie más caiga en sus estafas… un saludo!
Bea
(16/09/2020 - 19:21)¡Muchas gracias por leer esta aventura!.Lástima que a esta parte de Africa ya no se pueda viajar!.Este fue un viaje en los años 90, así que ni idea de lo que habrá sido del guía, pero ahí va su nombre: Salvador Campillo.
Carles
(14/05/2023 - 14:40)Menuda experiencia! He disfrutado mucho leyéndola, esta muy bien escrita, parece el guión de una película de aventuras. Gracias por compartirla, saludos!
Beatriz Lagos
(19/05/2023 - 17:22)Me alegro que te haya gustado!Es que fue toda una aventura … Muchas gracias por leerme
Entrevista a Beatriz Lagos del blog "Beaviajera" | Barcelona Travel Bloggers (#bcnTB)
(01/04/2024 - 22:56)[…] Estuve a punto de ahogarme en el río Níger en un viaje a Malí y Burkina Faso, cuando se podía viajar a estos países. El incompetente del guía (por cierto, un catalán afincado en Malí) nos metió en una canoa para remontar el río desde Tombuctú a Mopti. Después de dos días de navegación con la canoa llena de agua y durmiendo al raso en la orilla, llegamos al lago Débo. Empezó a caer una tormenta como si no hubiera un mañana y menos mal que en medio del lago había un barco desvencijado y oxidado que trasladaba gente y nos rescató. La canoa acabó en el fondo del lago. Lo explico en mi blog en el artículo https://beaviajera.com/casi-me-muero-en-el-rio-niger-de-mali/ […]
Beatriz Lagos
(05/04/2024 - 13:17)Muchas gracias por esta entrevista de BarcelonaTravelBloggers. Saludos desde aquí a los socios y viajeros.