En pocas ocasiones y con escasa distancia, se aprecia un cambio tan notable. Treinta y nueve kilómetros de mar separan dos continentes. Tarifa, punto extremo de Europa y Tánger al norte de Marruecos. En una hora y cuarenta minutos llegamos en ferry a África. Navegando por aguas en donde se fusionan un mar y un océano. Nos acercamos a la magia de Tánger.
Y la primera sensación que uno tiene, cuando ha cruzado el estrecho, es que el tiempo se ha parado
Los niños corren y juegan en la calle. La ropa colgada junto a las ventanas, en casas caladas de blanco entre callejuelas. La vida transcurre lentamente, sin prisas. El olor dulzón que impregna el ambiente, es una mezcla de azahar, especias y almizcle.
Una ciudad gastada que mantiene su encanto. Sus colegas Fez y Marrakech se llevan la fama y la mayoría de turistas. Tánger es más auténtica. Las aceras irregulares y la calzada con socavones. Coches viejos que te adelantan por un lado, casi rozándote, previo bocinazo disuasorio. Tu percibes caos, ellos viven en un desorden ordenado.
Cada vez que paso por esa esquina está la vendedora con su sombrero tradicional. Exhibe su mercancia desparramada por el suelo. Las verduras y frutas ocupan el mismo espacio que los viandantes. Junto a ella, otro vendedor exhibe su producto: zapatos viejos y usados de dudosa venta en Europa. Pero aquí los estándares son otros.
He visitado Tánger en dos ocasiones. En mi primer viaje, llegamos a la ciudad de la mano de mis primos que viven, por un tiempo, en Casablanca. Un tren de alta velocidad une desde 2018 Tánger con Casablanca y Rabat. Decidimos hacer una escapada en coche por el norte de Marruecos. Visitamos en época de Ramadán , la ciudad azul de Chefchaouen, la bonita y marinera Ashila, acabando el recorrido en Tánger.
Me encanta alojarme en un riad cuando visito Marruecos. Estas casas tradicionales marroquíes, restauradas con esmero y decoradas con gusto, son auténticos oasis en las zonas antiguas de las ciudades marroquíes
El Riad Albarnous en el corazón de la kasbah, fue el alojamiento durante nuestra estancia en Tánger.La elección del riad fue un acierto. Cada una de las estancias del Riad Albarnous, está dedicada a un gran viajero: Marco Polo, Paul Bowles o Ibn Battouta, viajero y explorador nacido en Tánger. No podía faltar el mítico David Livingstone. Todas ellas decoradas con materiales locales y un magnífico gusto. Nos comentan que la propietaria es italiana y ahora está de viaje.
La kasbah es la antigua fortificación amurallada con funciones defensivas, ahora convertida en un barrio de callejuelas entre las que se esconden edificios palaciegos, algunos convertidos en encantadores riads. Un entramado de estrechas calles tranquilas, con arquitectura local. Es una gozada perderte por la kasbah. Este es uno de los lugares clave para experimentar la magia de Tánger.
Salimos del riad y nos perdemos entre callejuelas, fachadas azules y puertas coloridas. Es Ramadán y hay poca actividad. Alguna tienda abierta. Todavía guardo objetos comprados en Marruecos hace años.
Aquella caja metálica grabada, por la que estuve un buen rato regateando en una tiendecita de la Medina en Marrakech. La cerámica de Fez de estilo hispano-morisco
Les tengo un cariño especial. Y las pulseras de plata que cada vez que las utilizo, me transportan a los zocos marroquíes.
Paseando por la Medina y buscando un lugar para almorzar, descubrimos un restaurante sencillo y limpio. Uno de los platos típicos es la pastilla, a la que por cierto me aficioné. Esta especie de pastel, es una combinación de dulce y salado. Lleva pasta de hojaldre con carne de pollo, condimentada con un relleno de almendras y especias. Por encima azúcar glass y un poco de canela. ¡Está buenísima!.
En realidad, algunos rótulos en castellano nos recuerdan la época del protectorado español en Marruecos. Tánger tuvo un papel relevante.
Se llegó a constituir la Zona Internacional de Tánger y la ciudad quedaba bajo protectorado de varios países entre 1923 y 1956.
En aquellos años y hasta 1975 la «reina de Tánger» multimillonaria americana Barbara Hutton, organizaba extravagantes fiestas en su palacio de Sidi Hosni. Su último deseo no cumplido fue enterrarla en Tánger. Ella supo saborear la magia de Tánger.
La terraza es una de las piezas más atractivas en un riad. Suelen tener unas magníficas vistas de la Medina y puedes pasarte horas observando las azoteas de alrededor y la vida desde arriba.
En Riad Albarnous, el desayuno lo sirven en la torre más alta de la azotea, divisándose una panorámica preciosa de la bahía de Tánger. Aquí pudimos disfrutar de momentos inolvidables.
Zumo de naranja recién exprimido, pastelitos marroquíes, té a la menta, pan marroquí y los icónicos panqueques de orificios … con unas magníficas vistas, ¿se puede pedir más?. Aquellos desayunos los recuerdo memorables.
Tanto me gustó Tánger y el Riad Albarnous que repetí al año siguiente en un viaje familiar con mi madre. Esta vez en una escapada desde Algeciras en ferry, haciendo un paréntesis en un viaje por Andalucía. En esta ocasión no era Ramadán y Tánger era todo un bullicio.
Mamá avanza por la Medina, estudiando el pavimento en detalle para no caerse. En cualquier momento te encuentras un agujero y te vas al suelo. Está feliz de conocer este lugar a sus 83 años. Pasamos por tiendas de libros, telas, alfombras, lámparas y joyas. Recuerdo que hace años, valía muchísimo la pena comprar en Marruecos. Piezas bonitas a un precio asequible. Eso ya pasó. Nostalgia de cuándo comprar era uno de los auténticos atractivos de Marruecos.
Paseamos por los zocos, nos sentamos en las terrazas de los cafés y llegamos a la Plaza 9 de Abril a la salida de la Medina. En esta amplia y tranquila plaza vemos pasar a madres con hijas, amigos enzarzados en discusiones, personas mayores … Éste es un buen lugar para observar la magia de Tánger.
En esta ocasión sí conocimos a la propietaria de Riad Albarnous. Farida es una italiano-árabe que alterna su residencia entre Tánger y Turin, en donde tiene otro hotelito con encanto. Una mujer emocional e interesante. Insistió en invitarnos a un cus cus cocinado por ella y servido en el comedor del riad . Fue una cena magnífica. La compañía, conversación, la gastronomía y el entorno. Todo un diez.
El último día aprovechamos para pasear por las murallas de la kasbah. Paseamos prácticamente solos bajo una luz mediterránea y un sol que calienta sin molestar. Uno de los huecos de la muralla, se ha convertido en uno de los mejores miradores del antiguo puerto de Tánger. Nos despedimos de Tánger.
A mamá le encanta sentarse en la sala del riad y como buena amante del té, degustar su último vasito de té a la menta. Cogemos el libro de firmas que está encima de la mesita de estilo marroquí y escribo una dedicatoria. Farida se marchó ayer a su Italia. A ver si algún día podemos visitarla en su hotelito de Turín. Mientras disfrutemos de los últimos minutos de la magia de Tánger.