Mediodía . Entro en mi restaurante vegetariano favorito. Luminoso, amplio, bonito y lleno de gente esperando. Siempre hay mucha gente , la mayoría turistas. Tengo suerte: sin reserva me ubican en una mesa grande a compartir. Me acomodo. Justo enfrente, una chica asiática mirando la carta. Pido mi plato habitual. Mi compañera de mesa sigue estudiando la carta, pero sin resultado alguno. Todavía no lo sé, pero hoy acabaré en el Mercado de la Boqueria.
«Where are you from?», le pregunto «I’m from Singapur «, me responde. ¡Qué casualidad!, pienso. Acabo de estar en Singapur hace escasamente cuatro meses. Se lo explico. Ivonne Lee, así se llama la Singapuriana, decide dejar de pelearse con la carta y me pide recomendación. Asunto solucionado. Me explica que está de vacaciones en Barcelona para seguir por Francia e Italia.
Hablamos y compartimos almuerzo. Al finalizar me pregunta : «¿Dónde puedo comprar fruta? «. «En el Mercado de la Boqueria», le contesto. Esperaba que me preguntara por las Joyas Modernistas de Barcelona o por Gaudí… Estamos cerca y las paradas de fruta de La Boqueria son míticas por sus colores y calidad. Decido acompañarla indicándole el camino («no llevo mapa, me comenta, para que no piensen que soy una turista …»). Una asiática en Las Ramblas un sábado por la tarde difícilmente no es turista …
Llegamos al mercado. No podemos entrar por la cantidad de turistas que impiden el acceso. Consigo abrir camino hasta las paradas de fruta
Ahora las paradas de fruta no venden fruta, la exponen para los turistas. Venden zumos a 1€ y vasitos de plástico con trocitos de fruta a 1,5€. Se acabó la fruta a peso en La Boqueria. Y se acabaron las vacaciones de Yvonne: recibí un mensaje suyo desde Singapur, al mes de vernos, agradeciéndome el tiempo compartido juntas. Esta mañana he escuchado en la radio que este año nos visitarán 80 millones de turistas, de ellos 20 millones en Catalunya … ¿Vamos a caber los que vienen y los que estamos?.
Mayo, luz primaveral. Desde un autobús que circula por Las Ramblas , observo la siguiente escena: un chico emigrante pone un trapo blanco encima del asfalto , con suma delicadeza. A su vez, va depositando los palos selfies que va a vender. Los coloca uno junto a otro con una precisión milimétrica. Cuando ha colocado tres, una niña casi le pisa su exposición. Él sigue impertérrito colocando su mercancía.
Son de colores: verde esmeralda, rojo sangre, amarillo limón y negro. Consigue una bonita combinación colorística después de haber colocado el último. Coge distancia y observa su obra con perspectiva. Yo estoy embobada … y de repente, el encanto se rompe: con un brusco movimiento recoge desordenadamente sus palos selfies, su trapo blanco y esconde su mercancía debajo de su cazadora . Se va como una exhalación. Lo pierdo de vista en décimas de segundos. Miro alrededor buscando el motivo de tan súbita reacción.
Allí, al otro lado, entre turistas con maletas, una pareja de la guardia urbana avanza despreocupadamente.