Mayo , luz primaveral. Desde un autobús que circula por Las Ramblas , observo la siguiente escena: un chico emigrante pone un trapo blanco encima del asfalto , con suma delicadeza. A su vez , va depositando uno a uno los palos selfies que va a vender. Los coloca uno junto a otro con una precisión milimétrica. Cuando ha colocado tres , una niña casi le pisa su exposición . Él sigue impertérrito colocando su mercancía.
Son de colores : verde esmeralda, rojo sangre, amarillo limón , negro . Consigue una bonita combinación colorística después de haber colocado el último. Coge distancia y observa su obra con perspectiva. Yo estoy embobada … y de repente , el encanto se rompe: con un brusco movimiento recoge desordenadamente sus palos selfies, su trapo blanco y esconde su mercancía debajo de su cazadora . Se va como una exhalación . Lo pierdo de vista en décimas de segundos. Miro alrededor buscando el motivo de tan súbita reacción.
Allí , al otro lado , entre turistas con maletas , una pareja de la guardia urbana avanza despreocupadamente.