Me gusta el «slow travel»: despacio, sin prisas, sin listas que cumplir ni chinchetas que clavar. Sin mirar el reloj y sólo disfrutar del entorno, empaparte del lugar, observar e interaccionar con la gente y seguir disfrutando. Y eso hago en este rincón de la región italiana de Liguria, en una ruta en tren por Cinque Terre. Un pueblecito con casas de colores, colgado del acantilado y mirando al mar. Manarola, un precioso rincón de la costa italiana uno de los cinco puntos que conforman el Parque Nacional de Cinque Terre, es de esos lugares en los que te quedarías eternamente mirándolo y viendo el tiempo pasar.
Me hospedo en el pueblo de al lado, Riomaggiore y una parada de tren me ha traído hasta aquí. Estamos en primavera y el mes de mayo atrae a esta región muchos turistas y senderistas. El tren está abarrotado. Por suerte, no todos bajan en la estación de Manarola. Me voy en dirección al mar. Está nublado, pero no llueve. Aquí hay escaleras y senderos por todas partes.
Es una de las zonas vinícolas de Italia y las laderas de las pendientes son tan empinadas que el cultivo se realiza a mano
El vino de Liguria se produce en cantidades pequeñas y el 75% es blanco. Los pequeños productores artesanales aprovechan el clima Mediterráneo y un suelo calizo, idóneo para las variedades blancas.
Subo un sendero que me lleva a lo alto de un acantilado, justo enfrente del pueblo. Me encuentro, por casualidad, con un restaurante. Todavía no son las 12 del mediodía y es pronto para comer, pero me dejan pasar. Un cartel con el nombre de «HELLO» me da la bienvenida.
El local se ubica en una de las terrazas del pueblo y probablemente, en dónde ahora hay sillas y mesas antes habían vides. Hago bien en llegar pronto, en poco tiempo se llena por completo. Estoy en el restaurante «Nessun Dorma»
El nombre ya promete. Desde mi ubicación diviso Manarola en todo su esplendor. Me siento en el extremo de una mesa larga, debajo de un parasol, por si se pone a llover.
Al otro extremo de la mesa hay una pareja asiática. Comen despacio y él inspecciona minuciosamente cada ingrediente de su ensalada, casi la disecciona. Un matrimonio maduro, sentados en el centro de la mesa, disfrutan de las vistas y no tanto de la comida.
Pagan y se van dejando intactas las tostas de «pomodoro», guacamole , mozzarela y dos hojitas verdes de albahaca, el plato estrella de la casa
A mi derecha, justo al borde del acantilado, una pareja española se pelea por la fotos: «que si házmela así, que asá, que no sabes, que mira cómo de bien te la hago yo…». El enfado va subiendo de tono, hasta que se desfocalizan del mismo dando de comer a las gaviotas que les visitan. La mitad de la ensalada de él, se la ha zampado la gaviota y me mira satisfecho con su hazaña. Poco durarán estas hermosas gaviotas argénteas con este tipo de turistas… pienso.
Por el altavoz que tengo cerca, suena el aria Nessun Dorma de la ópera Turandot, mi favorita. ¡Qué privilegio!: estas vistas de Manarola, esta música… ¡Insuperable!. La larga mesa se ha vaciado y llegan siete amigos que la ocupan. La mayoría pide cerveza y las «tostas de pomodoro». Empieza el ritual: todos sacan sus móviles para fotografiar la comida desde diferentes ángulos. En estos tiempos de redes sociales, se ha convertido en casi una religión fotografiar lo que vas a comer para posteriormente compartirlo.
Ya no suena ópera por el altavoz, ahora es otra música menos acorde al entorno. La magia empieza a diluirse. Voy a pedir la cuenta, es momento de irme y seguir visitando este pueblo encantador. O quizás tome el tren para ir a Corniglia, el siguiente pueblo en dirección norte. No hay prisa. Esto es «slow travel».
Enlaces útiles:
https://www.cinqueterre.it/es/node
