En la dorsal de Cumbre Vieja, el terreno era discreto, casi anónimo. Laderas de pinos canarios, senderos que serpenteaban hacia el sur y, más abajo, cultivos de plátanos hasta el mar. Era un paisaje apacible, típico del suroeste palmero. El 19 de septiembre de 2021, el silencio se rompió. Una columna de fuego y ceniza rasgó el cielo, abriendo un nuevo cráter. La erupción duraría 85 interminables días. La Palma hoy: renacimiento tras el volcán Tajogaite.

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Pueblos enteros sepultados por la lava
Tajogaite es un topónimo de la cultura aborigen canaria que significaba “Montaña Rajada”. Así fue, la tierra se abrió y durante casi tres meses, ardió sin descanso: ríos incandescentes descendieron hacia el mar, engullendo casas, carreteras y plantaciones; la ceniza cubrió tejados, campos y pueblos enteros; el rugido del volcán se convirtió en el latido constante de la isla. La vida cotidiana se suspendió, y la población palmera vivió entre evacuaciones, pérdidas y la incertidumbre de no saber cuándo acabaría aquel pulso de la naturaleza.


El 13 de diciembre de 2021, el volcán se apagó oficialmente. Lo que quedó fue un paisaje lunar: un cono volcánico imponente, coladas negras extendiéndose hasta el océano y un territorio irreconocible para quienes lo habían habitado. El Tajogaite, antes inexistente en los mapas, se convirtió en el volcán más joven de Europa y en símbolo de la fuerza y fragilidad de la isla. Hoy, la montaña permanece en silencio, vigilada por científicos y visitada por viajeros que llegamos a contemplar este territorio recién nacido.


A su alrededor, la vida regresa poco a poco: caminos se reconstruyen sobre la lava, la vegetación empieza a brotar en los bordes y nuevos miradores permiten observar un paisaje que impresiona tanto por su crudeza como por su belleza. El Tajogaite ya no es solo un volcán; es memoria viva de un antes y un después en la historia de La Palma.


Después de décadas, vuelvo a La Palma para admirar cómo la naturaleza y la comunidad construyen esperanza sobre un paisaje transformado. Para explorar miradores volcánicos y paisajes únicos, producto de la última erupción y participar en un turismo de experiencias auténticas, sostenibles y humanas. Lo consigo, recorriendo en coche la zona afectada entre Puerto Naos y Tazacorte y el Valle de Aridane, en donde localidades enteras fueron sepultadas por la lava como Todoque, El Paraíso y parte de La Laguna y Las Norias.

Recuperando la vida: 5 años después de la erupción
Nos hospedamos en una casa de un altozano cerca de Puerto Naos, uno de los núcleos urbanos que fueron evacuados durante la erupción del volcán hace casi cuatro años. Pasó de ser un centro turístico a un pueblo fantasma por el gas del volcán. Sus calles y casas se libraron de ser engullidas por la lava pero no de las emanaciones tóxicas de dióxido de carbono.

Hasta hace un año persistía la presencia de gases tóxicos y hoy se pueden leer rótulos a las puertas de los garajes y sótanos, advirtiendo que el acceso está prohibido por la presencia de este gas incoloro e inodoro que se filtra desde el subsuelo. Los vecinos ven en sus móviles como suben y bajan las concentraciones, mientras Puerto Naos va volviendo a la normalidad y retornando al bullicio turístico en su playa de arena negra.

Después de la erupción, la carretera entre Puerto Naos y Tazacorte quedó completamente anulada. Una lengua de lava que desembocó en una fajana, sepultó las carreteras existentes. Cruzo la nueva vía construida sobre la lava mediante ingeniería avanzada, usando materiales resistentes al calor como basalto y hormigón romano, para reconectar ambas localidades, abierta en mayo de 2023. Es impresionante transitar por estos casi 4 kilómetros de carretera construida sobre las coladas de lava del volcán. Permitir volver a circular por el oeste de la isla costó 38 millones de euros, casi 10 millones de euros el kilómetro construido.

El paisaje de las zonas afectadas en La Palma parece detenido en un tiempo intermedio entre destrucción y renacimiento. Allí donde antes se extendían plataneras verdes y casas encaladas, ahora se levanta un mar de lava petrificada, negra y retorcida, que desciende hasta el océano como un río solidificado. Las coladas han sepultado valles y caminos, creando un terreno nuevo, áspero, aún sin cicatrizar. Al fondo se ve alguna vivienda cubierta parcialmente o en casi su totalidad por la lava. Todo lo que te rodea es lava petrificada de color negro tizón.

Llegamos al final de la carretera y giramos en dirección al mar. En los bordes de ese territorio oscuro, la vida vuelve a abrirse paso: árboles que brotan sobre la ceniza, pequeñas flores silvestres que tiñen de color las laderas y huertos improvisados que surgen donde el suelo vuelve a ser fértil. El contraste es sobrecogedor: la quietud mineral de la lava frente al empeño de la naturaleza por recuperar el espacio perdido. Caminar por estas zonas es recorrer una frontera: a un lado, el dolor de lo que desapareció; al otro, la belleza extraña de un paisaje recién creado, que convierte a la isla en un lugar único, donde el visitante no solo observa la fuerza de la naturaleza, sino también la tenacidad de quienes vuelven a habitarla.

Aparcamos el coche en un lateral junto a la lava y caminamos unos metros hacia el mar, a la derecha se está construyendo el terreno para una plantación de plataneras. Hablamos con Dionisio, el propietario del terreno. “Justo en el mismo sitio que estoy haciendo las obras, estaban mis plataneras. La lava del volcán lo arrasó y vuelvo a empezar”. Yo he tenido suerte, he cobrado una indemnización del gobierno y del seguro. Pero aquí mucha gente no tenía ni registrada su propiedad ni asegurada. Ellos lo han perdido todo” Nos rodea una gran colada de lava que Dionisio señala, “Aquí habían unos apartamentos”, sólo queda lava. Quien puede vuelve a construir sobre la lava, retando a la naturaleza que ya se lo ha llevado todo. Hay quien prefiere irse y empezar de nuevo en otro lugar.

Senderismo en el volcán Tajogaite: mi experiencia
El sendero comienza en silencio, entre pinares que todavía guardan cicatrices del fuego. El aire huele a resina y a roca caliente, como si el suelo respirara su propia memoria. Caminar hacia el Tajogaite no es solo una excursión: es entrar en un paisaje que aún late con la fuerza de su origen reciente. El contraste entre destrucción y belleza empuja a seguir.

A cada paso, la tierra cambia de color. Cenizas negras que se hunden bajo tus botas, laderas rojizas que parecen encenderse con la luz del sol, grietas por las que todavía escapa un leve vapor. El viento sopla fuerte y, en ocasiones, arrastra el polvo volcánico como una nube ligera que borra el horizonte. Cansa caminar sobre la ceniza, sin embargo el contraste entre destrucción y belleza empuja a seguir.

Al llegar a lo alto, la vista es sobrecogedora. Frente a uno se abre el cono joven, con sus tonos ocres y grises, mientras al fondo la isla se extiende hasta perderse en el Atlántico. El silencio aquí es denso, roto solo por el silbido del aire. Es un recordatorio de que la naturaleza es capaz de rehacer el mundo en cuestión de semanas.

Un estrecho sendero te conduce lentamente hasta las cercanías del cráter. Tenerlo tan cerca después de haber visto durante meses las imágenes de la erupción en la noticias, me provoca una mezcla de asombro y respeto. La mente recuerda el rugido del fuego y las coladas avanzando, y ahora el silencio del lugar contrasta con aquella violencia extrema.


El Tajogaite no es un volcán cualquiera: es un testimonio vivo de transformación. Recorrerlo significa caminar sobre historia reciente, sentir en los pies la fragilidad y la grandeza de la tierra. Más que una actividad turística, es una experiencia que invita al respeto y a la contemplación.
El pino canario, ejemplo de resiliencia

Con su corteza oscura y sus brotes verdes que reaparecen entre la ceniza, es el ejemplo más claro de resiliencia en este paisaje. Tras haber soportado el fuego y el peso de la lava, vuelve a cubrir las laderas con un manto de vida silenciosa. El pino canario se levanta como un guardián de la isla, un árbol capaz de resistir lo que para otros significaría el final. Su corteza gruesa y su sistema de regeneración le permiten brotar de nuevo incluso después de haber sido abrasado por el fuego.

Al caminar por los senderos del Tajogaite, sorprende ver cómo, entre montañas de ceniza y coladas oscuras, aparecen agujas verdes que anuncian vida. Esa imagen transmite esperanza: la naturaleza, a pesar de la devastación, encuentra aquí un modo de renacer. Más que un simple árbol, el pino canario es un símbolo de la relación profunda entre la tierra volcánica y la vida en La Palma. Allí en donde parece que solo queda destrucción, su ligera sombra recuerda que la isla ha aprendido a convivir con los volcanes desde hace siglos.

Excursión al volcán Tajogaite – Ruta de 5 Km
Para observar desde cerca el Tajogaite, es un acierto contratar esta excursión con Civitatis y puedes reservarla aquí. Es posible elegir entre la excursión de 5 o 7 km. La empresa de turismo local que la organiza es www.lapalmanatural.com y Romén, el guía que nos acompañó durante el recorrido, vivió la erupción del volcán en primera persona. Sus testimonios son impresionantes y escucharlo es un lujo.
La actividad dura entre 2,30-4h en función del recorrido y el punto de encuentro es El Paso. Desde allí subes en sus vehículos hasta llegar a la altura del Tajogaite. Todo el recorrido se realiza caminando sobre la ceniza.
Estas son las recomendaciones que indican:

- Las emisiones de gases son monitorizadas constantemente, por lo que si hay un nivel superior al permitido, la excursión será cancelada. En ese caso, será posible cambiar la fecha o la hora en función de la disponibilidad.
- Está prohibido coger cenizas y piedras volcánicas.
- Se recomienda no salir del camino señalizado.
- Para la ruta estándar de 5 km, es necesario tener buena forma física. Para la ruta de 7 kilómetros, se tiene que tener muy buena condición física.
- Los niños pueden participar bajo la responsabilidad de sus padres, que tienen que evaluar previamente la capacidad de los mismos de realizar la excursión. A los niños de 3 a 5 años es imprescindible llevarlos en una mochila.
- Se aconseja llevar ropa y zapatos cómodos para caminar, gorra, chubasquero y agua (por lo menos 1 litro por persona). Además, en otoño e invierno se recomienda llevar ropa de abrigo.

Reflexión sobre La Palma hoy
Viajar hoy a La Palma no es solo descubrir una isla de paisajes espectaculares y cielos estrellados, es también un acto de acompañamiento y admiración. Por quienes han sabido rehacerse tras la adversidad y, porque en cada visita, se apoya su recuperación económica y social. La isla bonita sigue siendo un lugar único en el mundo. Quizás ahora, con las huellas del volcán, su belleza sea más conmovedora todavía, porque habla de fragilidad y fortaleza, de pérdidas y nuevos comienzos.

Viajar a La Palma es recordar que incluso después de la oscuridad más profunda, la vida encuentra la manera de volver a florecer.





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