El vuelo dura unos escasos cincuenta minutos, pero nos traslada a otro mundo. El aeropuerto de Katmandú es nuevo, construido en 1989, hace cinco años. Hemos dejado la India, tras dos semanas viajando por nuestra cuenta, en un intenso viaje y esta vez nos acompaña mi padre. Estamos en Nepal, en El Valle de Katmandú. Un país de una hermosa autenticidad.
Arrastro desde la India un trancazo-gripe con fiebre alta que me ha dejado noqueada. Tardaré en recuperarme, pero intentaré no perderme nada de este magnífico país. La sensación que tienes al llegar a Nepal, después de la India, es de mayor sosiego. Los pueblos del Valle de Katmandú son tranquilos, con pocos turistas y escenas cotidianas que disfrutar ¡Qué tranquilidad!. Un cambio significativo después de India.
Empezamos con un buen paseo por Durbar Square, el centro neurálgico de la ciudad de Katmandú
Una plaza Patrimonio de la Humanidad rodeada de una arquitectura espectacular presidida por el Palacio Real. Mujeres y hombres caminando pausadamente entre templos, ofrendas, altares, patios y preciosas ventanas talladas en madera. Tuve la oportunidad de comprar una y llevármela conmigo, sin facturar, en el viaje de vuelta y es uno de mis regalos viajeros más preciados. Ahora ya no sería posible embarcar en un avión con una ventana de madera maciza a cuestas. Subimos a lo alto de uno de los templos para observar el trasiego que transcurre lento. El sol va desapareciendo hasta que anochece y seguimos disfrutando de la plaza hasta la media noche. Una fantástica manera de empezar en Nepal.
A la mañana siguiente vamos caminando a la estupa de Boudhanath, uno de los lugares más sagrados de Nepal y situada a unos 11 kilómetros del centro de Katmandú. Este antiguo templo budista es una de las mayores estupas del mundo. Presenta una reluciente aguja dorada que corona su blanca base, teñida de color ocre por la pintura que derraman por sus paredes.
«Los ojos de Buda lo vigilan todo» nos comenta el chico newar que nos hace de guía
Las cuatro caras de Buda miran a los cuatro puntos cardinales. La afluencia de refugiados tibetanos hacia Nepal en la década de los 50, propiciaron su establecimiento cerca de Boudhanath. Hay diversos monasterios tibetanos en sus alrededores, considerándose el centro religioso de los exiliados tibetanos en Nepal. Damos varias vueltas al templo, siempre en el sentido de las agujas del reloj. Se respira una espiritualidad especial. Mi padre está emocionado y le fotografío con la inmensa estupa a sus espaldas. Está feliz.
Bhaktapur, a sólo 13 kilómetros de Katmandú, es una población encantadora. Mi favorita. Parece que el tiempo no ha transcurrido: calles empedradas, templos, callejones y plazas. Mujeres haciendo sus labores cotidianas, exponiendo sus productos y todo ello a un ritmo lento y calmado. Pasear por estas calles sin que te aborde nadie, recogiendo sonrisas y fotografiando para retener esos momentos.
Aquí también hay una Durbar Square, igual de bonita que el resto de las del Valle. Cerca, en la plaza Taumadhi, el templo Nyatapola, con sus cinco pisos y 30 metros de altura, está considerado una de las pagodas más altas del país. Dedicado a la diosa hindú de la prosperidad, se accede a su parte superior mediante unas escaleras. Es delicioso observar el devenir de la calle desde sus alturas.
Patan es otra de las poblaciones interesantes, a sólo 5 kilómetros de Katmandú. También con su Plaza Durbar, llena de palacios, templos y gente que deambula tranquilamente. Los inevitables puestos de souvenirs, cohabitan con los edificios históricos. Aquí sigue sin haber tráfico, ni caos, ni ruido. Todo fluye plácidamente. A los nepalíes no les molesta que les haga fotos, ellos siguen en sus quehaceres.
Pashupatinath, a orillas del rio Bagmati, es el Varanasi de Nepal. Los fieles se bañan en los ghats y rezan. Los sadhus (hombres sagrados), deambulan cerca del rio. El de Pashupatinath es el templo hinduista más antiguo y más sagrado de Katmandú. Dicen que la pagoda guarda el shivalingam (falo de Shiva) y miles de peregrinos vienen a conocer el templo y rendirle homenaje.
A diferencia de Varanasi, aquí se pueden fotografiar las cremaciones. Pero el día en que visitamos Pashupatinath, nos acompañó la tranquilidad con sol y una bonita luz. Las cremaciones ya las habíamos visto en Varanasi…
Queremos ver el Himalaya y la opción más cercana a Katmandú, sin pernoctar fuera, es Nagarkot, famoso por los amaneceres en las montañas
Lo conseguimos a la tercera: primer madrugón a las 3 de la madrugada y vuelta a la cama porque hacia mal tiempo. Segundo madrugón al día siguiente y tampoco. Al tercer día, el tiempo parecía que nos iba a permitir llegar hasta las montañas. Contratamos un taxi. Llegamos después de un buen rato y una carretera abrupta. Esperamos, seguía nublado. De repente, el cielo se abrió durante cinco minutos y finalmente pudimos ver algunas de las cimas más altas del mundo. Sólo cinco minutos, pero fue un momento mágico que quedó grabado en la retina.
El viaje de mi padre toca a su fin. Él vuelve y nosotros seguimos una semana más en Nepal hacia el Valle de Pokhara. Después de acompañarle al aeropuerto, hacemos nuestra última visita en Katmandú: la Estupa de Swayambhunath, ubicada en lo alto de una colina del valle. Una larga escalera con 365 escalones conducen a la plataforma principal del templo. Los dos gigantes ojos de Buda, volvían a mirarnos fijamente. Rodeados por monos, templos y fieles, vimos despegar el avión que llevaba a mi padre de vuelta a Europa. Éste fue el viaje de su vida y lo recordaría siempre. Han pasado 25 años.