Beaviajera

«No hallo palabras para describir toda la voluptuosidad que aquel ser encantador me reservaba. Ella fue quien se acercó a mí. Sin hablarnos, se confundieron nuestros besos y caricias. Dejaba vagar mi mirada por aquel hermoso rostro, animado del más tierno amor». Giacomo Casanova 

Leo esta cita del más célebre de todos los libertinos que han pasado a la historia. Se me ocurre que la misma descripción de un instante amoroso entre hombre y mujer, se parece mucho al sentimiento de nostalgia que ha dejado Venecia en mí. No me cabe duda de que la coincidencia de nuestro viaje con los Carnavales de Venecia ha contribuido a cimentar la emoción de enamoramiento.

En estos días, más que nunca, el misterio y la sensualidad transpiran de las húmedas paredes de la ciudad. Se vaporizan emanadas desde los adoquines, para fundirse en una neblina cómplice que abraza a sus habitantes al amanecer. 

Salimos pronto, tanto que las áureas luces de las farolas –compinches de a saber cuántos secretos– siguen siendo los únicos puntos de luz que sirven de guía. Nuestros pasos resuenan atronadores en medio de un silencio solamente perturbado por la estela de una barcaza. Transporta, navegando la Fondamenta de la Misericordia, los pescados aún dormidos hasta el mercado de Rialto.

Si me aíslo de estos sonidos, logro dejarme llevar por la ilusión de percibir el roce de las negras capas de hombres de otros tiempos

Creo distinguir el “frufrú” del contacto con los estrictos muros del angosto callejón por el que atajamos camino, de las voluptuosas faldas de las mujeres alimentadas por los miriñaques.

Mientras surcamos las casi intransitadas aguas del Gran Canal, el cambio de luminosidad del amanecer empieza a hacerse visible. Un escaso tráfico convierte en cristal la líquida superficie y Venecia en invierno nos sigue regalando magia.

Desembarcamos en San Marco y, a medida que nos aproximamos al Palacio Ducal, las presencias que hemos venido a buscar, empiezan a desgranarse en un goteo generoso

Como si de un juego se tratase, el avistar los intensos colores de los trajes de personas vestidas de época y fantasía, nos llena de emoción convirtiéndonos en aventureras. Este espacio presidido por góndolas y soportales se transforma en un lugar onírico, lejos de toda realidad. 

Con el corazón del cielo partido entre la noche y el día, dubitativo en el horizonte de la laguna, un decorado se construye para la ocasión, en el que los actores protagonistas disfrutan exhibiéndose en representaciones exclusivas. Solo has de pararte ante ellos para que te obsequien dulzura.

Los personajes se mecen en suaves movimientos acordes al ondear de las aguas con las que Venecia te acuna desde que pones un pie en ella

Porque esta ciudad se mueve, oscila para embrujarte y ponerte a salvo de la realidad. Así, los gentiles personajes que florecen aquí estos días, ejercen de embajadores y alquimistas de emociones. Sobrecoge descubrir los ojos que te miran tras las maravillosas máscaras y cómo disimulan con pintura negra cualquier atisbo de piel para que el hechizo sea perfecto.

Todo el mundo dispara sin cesar sus cámaras, agradecidos de la paciencia y el amor que los modelos ponen en cada uno de sus movimientos.  A esas horas casi todos los presentes son fotógrafos profesionales o aficionados. Un breve juego de seducción que termina con un grazie correspondido por el movimiento de cabeza más elegante que veré nunca.

La emoción de contemplar este ritual me hace llorar. No sé si mi encandilamiento está provocado por la admiración o la envidia por desear estar dentro de alguno de estos trajes y transportarme al siglo XVII. Arremangarme las faldas, correr en dirección de la Plaza San Marco y entrar en el Café Florian en donde Giacomo me estaría esperando. Mi sueño: conocer a Giacomo Casanova en Venecia.

Venecia, Italia. Carnavales 2022

https://www.carnevale.venezia.it/