Otoño.
En cualquier época del año vale la pena visitar esta ciudad, una de mis favoritas. Girona me transmite energía, plenitud. Me recarga. A sólo 100 km de Barcelona y a escasos 30 minutos en AVE, ahora, más que nunca, Girona es accesible y cómoda. El encanto de la capital de esta maravillosa provincia, nos lleva a un atractivo ejercicio de observación: Girona los pequeños detalles.
Acercarse al Río Onyar que divide la ciudad, por cualquiera de los cuatro puentes urbanos, es una experiencia encantadora. Gustav Eiffel diseñó uno de sus puentes, doce años antes de la inauguración de la Torre Eiffel parisina.
El Pont de Ferro, Pont de Les Peixateries Velles o Pont de Eiffel fue construido en 1877 y como indica la placa conmemorativa, costó a la ciudad 22.500 pesetas.
Es de hierro y de un intenso color rojo y, por supuesto, una visita obligada del viajero que llega a Girona.Comunica el corazón de la ciudad antigua con el de la ciudad nueva
Son infinitas las perspectivas fotográficas del Post Eiffel. Su estructura metálica formando romboides laterales le aporta una personalidad propia y una de las mejores fotogénicas de la ciudad. Lo mejor del puente son sus vistas: la Catedral de Santa María imponente, el reflejo en el agua de las fachadas de colores sobre el río…
Octubre.
La ciudad se va despertando y yo me escapo al puente, escasamente transitado, para hacer fotos por enésima vez. Pero esta ocasión es diferente: reparo en un detalle insignificante, menudo, trivial. Escondido en un rincón tras la estructura metálica.
Una tela de araña bañada por las gotas de rocío de la mañana. Me acerco sigilosa y observo el río desde su perspectiva. La fotografío.¿Cómo algo tan frágil e insignificante puede ser tan bello?. ¿Cómo una tela de araña se puede convertir en un collar de cristal?
Desde ese día, el Pont de Ferro es, todavía, más especial.
Girona, los pequeños detalles.