Vietnam. Lejos queda la guerra que machacó al país durante 20 años. El más oriental de la península de Indochina, es hoy un país libre con 90 millones de habitantes y con bellezas naturales imponentes. Llegamos de noche a Hanoi, la capital, justo para trasladarnos del aeropuerto a la ciudad y dormir en un hotelito del centro. Por ahora, estábamos de paso en esta caótica ciudad, para dirigirnos a la Bahía de HaLong maravilla del mundo Tres días justifican los miles de kilómetros que hay que recorrer desde Europa para conocer una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo.

Verano. Monzón. Tuvimos suerte: dos días antes de nuestra llegada había pasado un tifón. Disfrutamos de buen tiempo en la Bahía de Halong y pudimos realizar el crucero de tres días previsto, absolutamente recomendable. Despertar navegando por la bahía entre la bruma del amanecer, disfrutar de las actividades, como los paseos en kayac. Visitas durante el día a los pueblos flotantes. Ver anochecer desde la cubierta del barco, cómo se pone el sol entre los picos kársticos… es difícil elegir el mejor momento. Todos son excelentes.

Estamos en el Mar de China. Dice la leyenda que este maravilloso lugar fue creado por un dragón que hizo surgir las más de 2000 islas e islotes que forman la bahía, para defender la costa de los invasores. Mientras navegamos, allí hasta donde alcanza la vista, estamos rodeados de pináculos recubiertos de vegetación que conforman un espectacular paisaje. Serenidad y belleza.
Las actividades durante el crucero son diversas y variadas. Todas interesantes. Atravesamos aldeas flotantes de pescadores que viven literalmente en el agua y observamos cómo transportan y venden sus productos en sencillas barcas que hacen, a su vez, la función de casa. Mamás con sus niños en precarias embarcaciones, observando a los turistas.


Al atardecer, una romántica cena en la cubierta del barco observando una puesta de sol magnífica: es el mejor final para la primera jornada de este precioso crucero por la Bahía de Halong. A medida que oscurecía, la bahía se sumergía en colores rosas, morados y amarillos, transmitiendo una sensación de quietud y sosiego difíciles de describir. Uno de los momentos más mágicos que he vivido como viajera.


Visitas de cuevas, paseos en barca por la bahía, kayac, descanso, observación, relax, interesantes conversaciones con el resto de viajeros de EEUU, Tasmania, Europa … que disfrutan, como nosotros, de esta espléndida experiencia en la Bahía de Halong. Y belleza.
Hacemos una excursión en bicicleta a una de las islas habitadas. Estamos en suelo firme. Avanzamos por caminos sin asfaltar entre campos de arroz y algún búfalo despistado. Es verano. Calor y mucha humedad. Esa humedad pegajosa del Sudeste Asiático. Hacemos un alto en el camino para hidratarnos y estar en la sombra. Casas sencillas, ropa tendida, semillas secándose al sol y niños que se esconden a nuestro paso con una tímida sonrisa. Aquí el tiempo transcurre lentamente.

Mientras tanto, se acaba nuestro segundo día y volvemos a disfrutar de un tiempo magnífico y otro atardecer memorable en la cubierta del barco. Los pináculos se van recortando contra el horizonte y se tiñen de azul. El agua está en calma. En estos momentos de calma y sosiego, cuesta imaginar una climatología adversa en este lugar. En cambio, van desfilando frente a nosotros otros barcos y embarcaciones pequeñas. Escuchamos el silencio. No quiero irme de aquí …
Hoy es nuestro último día en la Bahía de Halong, maravilla del mundo. Lo disfrutamos al máximo sorbiendo las últimas horas. El barco va saliendo de la bahía dirigiéndose al puerto. Atravesamos una zona con aguas sucias, basuras flotando… la magia se rompe. ¿Cómo alguien puede tirar deshechos en este lugar tan maravilloso?. ¡Qué pena!. Este es el precio del turismo masivo. De la falta de sensibilidad para mantener limpios y cuidados lugares únicos como este.

Concluyo: no volveré allí donde tuve la fortuna de conocer maravillas antes de la masificación y explotación turística, antes de que perdieran su esencia, por ejemplo las Phi Phi , Phang nga en Tailandia o Bali, que tuve la fortuna de conocer en los años 90, cuando en Ubud no había un solo hotel. Saliendo de Halong me hago esta promesa.