Después de un magnífico viaje por el país nipón, vuelo de Osaka a Shanghai. Hacía casi 20 años de mi último viaje a China. Fue en noviembre del 2001. Una fecha difícil de olvidar porque sólo habían pasado dos meses del atentado de las Torres Gemelas. El mundo estaba patas arriba y muchas rutas aéreas canceladas, pero debía viajar a China. Las autoridades responsables de adopciones me habían notificado, después de años de gestiones, que podía ir a buscar a mi hija, Xiao Fang. Y eso estaba por encima de cualquier consideración. Y aquí estoy: de Osaka a Shanghai pensamientos en tránsito.
En realidad, vuelo en el avión y todavía la resaca del maravilloso viaje a Japón me invade con una mezcla de sentimientos entre emoción, expectación, nostalgia y alegría. Mis pensamientos se interrumpen súbitamente. El señor chino sentado al otro lado del pasillo, inicia un profundo proceso gutural en el que logra, en tiempo récord, amasar una buena cantidad de moco y saliva. De repente expulsa un gargajo digno de un campeón y lo hace en una servilleta de papel. El ruido ha retumbando en toda la cabina y nadie parece inmutarse. Seguidamente, dobla la servilleta sin ninguna delicadeza y deposita el contenido en el primer lugar que encuentra, justo ahí, en el respaldo de la butaca que tiene enfrente, con las revistas e instrucciones de la compañía aérea.
Claro está que añoro aquella educación y sobriedad. Aquel respeto, exquisitas maneras y sutileza. Las reverencias siempre acompañadas de una sonrisa. Los kimonos impecables.
Todo se rompe en mil añicos en sólo dos horas, el tiempo que tarda el vuelo en dejar Osaka y llegar a China. El avión ya ha tomado tierra y se ha parado
De hecho, el pasaje, prácticamente chino en su totalidad, empieza a levantar la voz, hasta acabar en gritos, acompañados de codazos para salir los primeros. Antes de darme cuenta, vuela una maleta por encima de mi cabeza que casi me deja noqueada.
Estoy en Shanghai.
De esta forma, empieza el festival. El primer baño al que accedo, está sucio. ¡Qué nostalgia de los inodoros japoneses! Hago la cola de inmigración, veo unas pantallas que proyectan vídeos muy expeditivos de los funcionarios perfectamente alineados y desfilando al uso militar. Un zoom enfoca la imagen del tampón que sella el pasaporte, con movimientos acompasados a los pasos del desfile.
Es curioso cómo en pocas imágenes se puede convertir un trámite burocrático en un acto casi militar
Seguidamente, paso el control, salgo y guardo mi equipaje en consigna (me piden pagar en efectivo y todavía no he podido cambiar divisas) Voy hacia el exterior del aeropuerto. Un chico amable me ayuda, al verme con la máquina expendedora de billetes de metro. Quiero aprovechar mi escala de doce horas en Shangai para visitar lo más relevante de la ciudad.
Le agradezco su amabilidad. Es joven, chino y habla bien el inglés. Entablamos conversación durante el largo trayecto que conecta el aeropuerto de Pudong y el centro de la ciudad. Me explica, entre otras cuestiones, que odian a los japoneses y que jamás irá a Japón. «Con lo que yo disfruto en Japón, pienso». Prosigue explicándome que nunca se comparará un iPhone. Él siempre usa Huawei, la empresa líder en China, no quiere saber nada de Apple, dice que nunca utilizaría esta marca. En China no pierdas el tiempo intentando conectarte a una de nuestras habituales Apps: aquí tienen sus propias aplicaciones, cerradas y sólo para uso de ellos. Desisto.
Antes de darme cuenta, llego al centro de la ciudad y me despido de mi acompañante de trayecto. Salgo del metro y en el exterior el día está frío, húmedo y gris. Rodeada de los míticos rascacielos de Pudong, miro emocionada porque hacía años que quería volver a China. Por entonces no visité Shanghai, ni tampoco hubiera visto todo esto.
La China del ya pasado «nuevo milenio», poco tiene que ver con la actual. Una enorme pasarela peatonal de 360 grados, permite observar con todo lujo de detalles los enormes edificios
El actual poderío económico de China se concentra aquí, en Pudong. Este skyline de altos e innovadores rascacielos como «The Pearl» (el más antiguo y famoso), Jin Mao Tower, Shanghai Tower (la más alta después de la Burj Khalifa) y Shanghai World Financial Center (apodado como «el abrelatas») entre otros, son espectaculares.
«¿Por dónde empiezo?», me pregunto. Esto es apabullante… Decido dirigir mis pasos hacia la Perla de Oriente: la Torre de Televisión es el símbolo de la ciudad y el edificio más fotografiado de Shanghai. Inconfundible con sus dos bolas de color rosa. Mientras estoy observándola con el cuello bien estirado, se acerca una chica. Me comenta en inglés que a su madre le haría mucha ilusión hacerse una fotografía conmigo. «¡Encantada!», le contesto. Dicho y hecho. La señora posa contenta a mi lado y yo, todavía sorprendida, observo como se alejan madre e hija sonriendo y mirando la foto que nos acabamos de hacer.
A continuación, entro a visitar «La Perla». En el centro del enorme vestíbulo venden las entradas. Hay muchas opciones: plataforma 1, plataforma 2, ambas, restaurante giratorio, exposiciones … dispongo de poco tiempo y decido dejarlo para una próxima visita. Sigo paseando por la pasarela para observar el resto de rascacielos. Un grupo de mujeres con una pancarta se hacen fotos para un anuncio. No entiendo de que va.
Con todo esto, intento combatir el frío y la humedad entrando en un Starbucks que está ubicado justo enfrente de «La Perla». Está lleno de turistas y todos quieren hacerse fotos. Aquí llegan chinos de todos los rincones del país y es fácil identificar los que pertenecen a la China rural.
Mientras observo, pienso en el entorno. El cielo se ha vuelto gris y la luz y el sol que me han acompañado en Japón durante más de 20 días, han desaparecido. Se acabó la temperatura primaveral de 20 grados. Aquí hace un frío que pela. Un día intempestivo de lluvia y viento. De Osaka a Shanghai pensamientos en tránsito. Eso sí, estoy rodeada de impresionantes rascacielos que maravillan a occidente, a cual de ellos más alto e innovador. Sigo mi ruta y vuelvo a coger el metro. Una sola parada y estoy en la principal calle comercial de Shanghai: Nanjing Road con una larga historia desde mediados del siglo XIX. El cielo está negro y empieza a llover. Lástima que el día no acompañe porque debe ser agradable pasear con buen tiempo por esta calle peatonal.
Camino en dirección hacia el Bund, una zona peatonal de 2 kilómetros de longitud que recorre la parte oeste bordeando el río Huangpu. Desde aquí se obtienen las mejores vistas de Pudong. Antes casi podía tocar los rascacielos, ahora se presenta ante mí una impresionante panorámica futurista. Apenas hay gente por el mal tiempo. Una pareja de recién casados salen huyendo escaleras abajo, con los fotógrafos del reportaje nupcial corriendo detrás de ellos. La cola del vestido de la novia se arrastra por el suelo mojado y se ha vuelto de color negro. El viento cada vez es más fuerte, así que decido volver. Se me acaba el tiempo de mi escala en Shanghai.
Hago algunas pequeñas compras y el metro me devuelve al aeropuerto de Shanghai, esta vez sin acompañante ni conversación. Aprovecho para meditar sobre el día de hoy y el gran contraste entre China y Japón. De Osaka a Shanghai pensamientos en tránsito. Dos mundos distintos. Dos realidades opuestas. Sin duda, vale la pena conocer ambas. Se acabó la escala en Shanghai y un magnífico viaje a Japón que permanecerá en mis pupilas y mi corazón durante el resto de mi vida.