Éste es un breve relato fruto de una experiencia vivida en mi primer viaje a Japón. Ocurrió recién llegada a Tokio. Todavía con jet lag y por conocer lo que iba a depararme mi primera visita a este maravilloso país. Una anécdota en Tokio, esencia japonesa.
Es de noche. Acabamos de llegar a Japón y hemos empezado por Tokio. El paisaje urbano parece Blade Runner. Estamos atravesando la ciudad entre autopistas a varios niveles, luces, vehículos… Una torre Eiffel naranja iluminada a lo lejos y enormes rótulos publicitarios. Entre el jet lag y las imágenes que van cruzando mi retina, estoy un poco aturdida. Llegamos al hotel. Es tarde e intentamos probar suerte en el restaurante para cenar.
Mi primer contacto con los japoneses. Nos atienden amablemente. Estamos cansados. Promete ser una cena rápida sin demasiadas aspiraciones. El restaurante está prácticamente vacío. Solamente algún comensal despistado y dos hombres japoneses cenando dos mesas más allá.
Uno de ellos empieza a levantar el tono de voz abroncando a su interlocutor. Parece que le está regañando. En general, los japoneses no suelen levantar la voz…
Nosotros seguimos a lo nuestro, pero es difícil abstraerse, estamos demasiado cerca. La bronca persiste, cada vez más subida de tono y no parece afectar a los pocos comensales del restaurante que siguen ajenos a ello.
Lo tenemos claro: es una cena de trabajo y el jefe está muy enfadado con su empleado, quién no manifiesta ninguna emoción. Aguanta estoicamente la reprimenda sin pestañear. Prácticamente hemos acabado de cenar cuando reparamos en la ausencia de gritos. El jefe se ha quedado completamente dormido enfrente de su plato y de su interlocutor. Está roncando. El empleado ha dejado de comer y con gesto hierático e inexpresivo mira fijamente a su jefe que sigue sumido en un profundo sueño. Permanece así un buen rato.
Abandonamos el restaurante para ir a descansar y los dejamos allí: a un jefe profundamente dormido y a un empleado que no se atreve a comer mientras su jefe duerme. Es una estampa curiosa e impensable en Occidente. Una vez en la habitación, tardo en darme cuenta que he descuidado mis gafas en la mesa del restaurante. Bajo a por ellas.
Allí estaban mis gafas, en la misma posición que las había dejado. El empleado impertérrito con un hambre atroz y el jefe durmiendo plácidamente. Habían transcurrido cincuenta minutos.
Como dice Xavier Moret, el trabajador de una empresa japonesa tiene que sentir, frente a sus superiores, lo mismo que dice el himno de Japón que deben sentir los súbditos frente al emperador: estupor y temblores.
Estamos en Japón. Anécdota en Tokio, esencia japonesa.