Soy Beatriz Lagos y un día soñé que vivía en La Pedrera. Que dialogaba con Gaudí y las paredes de este edificio, tan emblemático, me hablaban. Dicen que los sueños se cumplen y también se comenta que los sueños se trabajan antes de cumplirlos. Así que empiezo a dejar volar mi imaginación y doy rienda suelta a una ilusión que me acompaña desde siempre.

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De cuando vine a vivir a La Pedrera
Hace más de 30 años que me trasladé a esta joya del modernismo catalán llamada Casa Milà, ubicada en el Eixample, en la confluencia del carrer Provença y Passeig de Gràcia, el gran bulevar de Barcelona. En aquella Barcelona pre-olímpica de finales de los 80, las joyas modernistas se escondían bajo una buena capa de suciedad fruto del paso del tiempo y de la contaminación atmosférica acumulada. La Pedrera no era una excepción y su fachada tenía una buena costra de roña color negruzco, que la hacía pasar desapercibida a los peatones. Al poco tiempo de llegar, los andamios me acompañaron durante años y finalmente el edificio de Gaudí recuperó su original color blanco crema.

En la tercera rehabilitación, el edificio se llenó de unos nuevos ocupantes: albañiles, operarios, grúas y poleas se sumaron a los turistas. Descansé cuando acabó la pesadilla y dejé de tragar polvo, entonces pude salir de nuevo a mi balcón. No fue fácil la tarea de mantener limpio un espacio de 300 m2, ya que Gaudí diseñó La Pedrera con cuatro departamentos por planta de dicha superficie.




Cuando llegué era una vecina más, sin embargo ahora soy “la última vecina”. Vivo entre chimeneas de piedra que parecen guerreros y arcos de seguridad controlados por personas que, cuando ya les saludo por su nombre, las vuelven a cambiar. Al abrir la puerta de mi casa en la planta tercera, atravieso una frontera. Del tsunami de turistas a la tranquilidad interior. Debo estar preparada al salir: siempre aparece un asiático fotografiándome sin preguntar, como si yo fuera un bicho raro.
Muchos me preguntan , ¿qué se siente viviendo en una escultura hecha edificio?
Casi me siento como un vestigio entre el horror colectivo del más de un millón de visitantes que cada año deciden pasar por aquí. Al principio, me colaba por los rincones del edificio en busca de alguna genialidad de la fantasía de Gaudí. Subía a la azotea y deambulaba entre esculturas gaudinianas. Hoy casi paso de puntillas en el trayecto desde el umbral de mi puerta hasta la calle. No siempre es fácil vivir en un lugar Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde 1984.
Soñé que vivía en La Pedrera.

Mi piso en La Pedrera
No hay duda de que a Gaudí le gustaba la luz y odiaba los ángulos rectos. Mi balcón es ondulado al igual que el resto de la fachada y como los detalles interiores de los pisos. La ausencia de superficies planas en el diseño del edificio, le otorga una sensación de movimiento y fluidez únicos y singulares, pero dificulta considerablemente la decoración de mis estancias. Tengo muchos cuadros apoyados en el suelo porque no sé cómo colgarlos.

Eso sí, mi enorme salón es de un blanco cegador puesto que entra luz por todos los rincones. Por eso decidí que los elementos decorativos serían del mismo color: blanco. Los sofás y techos; las paredes, alfombras, puertas y molduras oscilan desde el blanco tiza, al blanco marfil o blanco nácar. Nada que ver con el “piso muestra” que se exhibe en la primera planta emulando la época de principios del siglo XX



Llevo 35 años viviendo en este edificio, lo conozco bien, al igual que mi perrita Nala que es capaz de reconocer cualquier olor entre estos muros modernistas. Hay días que cuando se cierran las puertas a los visitantes, nos vamos de paseo las dos a descubrir La Pedrera vacía. A veces añoro el confinamiento durante la pandemia. Lo pasé sola en todo el edificio y fue un auténtico regalo, una trilogía perfecta: yo conmigo misma, Gaudí y Nala, la princesa de La Pedrera.
Tengo un alquiler de por vida y hasta que me muera puedo vivir aquí. Así que aquí me quedaré hasta que me vaya definitivamente porque aquí me siento una privilegiada. Eso si no cambio de opinión y me voy a algún lugar del mundo, que soy muy viajera.
Soñé que vivía en La Pedrera.
Jaume Plensa y La Pedrera
Me despierto por el ajetreo que ocasiona la última exposición que están organizando en el edificio. Esta vez de Jaume Plensa. Parece que el escultor catalán me persigue. Recientemente pude ver una de sus famosas esculturas en el centro de la ciudad de Lyon, en mi último viaje a Francia y también coincidí con otra escultura suya en Zaragoza, paseando por el recinto de la Expo con mi amiga Maite. Y cuando viajo a Madrid, también coincido con “Julia”, la cabeza blanca de una adolescente en la Plaza Colón.

La cuestión es que ahora lo tengo en mi casa, no a él sino a sus esculturas. De momento, “Flora” va a ser mi nueva vecina: una enorme cara blanca de aspecto sereno y con los ojos cerrados que pesa más de dos toneladas. Me comentan que está hecha con fibra de vidrio laminada y mide más de siete metros de altura. La pieza forma parte de la última exposición del escultor Jaume Plensa.
Salgo al balcón y ¡oh, sorpresa! el cactus de la terraza ha florecido y desconocía que iba a dar flores. Lo fotografío y de fondo se desdibuja el edificio de Toyo Ito que ahora son apartamentos de lujo en Passeig de Gràcia. Segunda sorpresa: ya han colocado a “Flora” frente a la puerta principal de La Pedrera.

En el desván del edificio han instalado más esculturas de Plensa, tres versiones de ‘Hortensia’, dos de bronce y una de madera, y dos de ‘Martina’, también de bronce y madera. Así que, de golpe y porrazo, La Pedrera se ha convertido en un matriarcado.
“Más de 30 años viviendo aquí y aún me asombra tener la suerte de estar rodeada de tantísimo arte …”
Saludo a “Flora” cada vez que salgo y entro a casa y hago lo propio cuando me cruzo con “las Hortensias” y “las Martinas“. Si coincido con el escultor le preguntaré el por qué de estos nombres. Tengo curiosidad.

Sin embargo, “estas mujeres” no son las únicas piezas de Plensa que han invadido el edificio. Entre ellas destaca “Together” realizada en 2014, una mano hecha de letras metálicas de diferentes alfabetos que saluda a los turistas y que está suspendida en el patio interior de la entrada principal. Plensa la realizó para la Bienal de Venecia y he leído que estuvo expuesta en San Giorgio Maggiore. Amo Venecia y su carnaval.
Esta pequeña isla veneciana que resplandece a la puesta de sol, en una increíble postal vista desde el muelle del Palacio Ducal, me tiene enamorada. Y mientras cruza este pensamiento por mi mente, concluyo que tengo que volver pronto a Venecia en invierno y que las esculturas de Plensa y las máscaras venecianas tienen algo en común: ambigüedad y misterio. Las primeras invitan a la reflexión sobre la identidad interna y el silencio. Las máscaras venecianas, también evocan una capa de secreto y enigma.


Mi pensamiento vuelve desde Venecia a Passeig de Gràcia. Las estatuas han llegado hasta la azotea. Allí han instalado “Silent Music” IV obra del 2019, en donde la gente puede entrar dentro y sentirse en una pequeña jaula. Cuando tenga tiempo iré a visitar la exposición “Poesía del Silencio” que se expone en el piso principal y dice descubrir el Plensa más íntimo y desconocido. “Disfruta del diálogo único entre la obra de Jaume Plensa y el edificio de Gaudí”, leo en uno de los materiales de la exposición. Ninguna novedad, yo hablo cada día con Gaudí.

Debajo de casa no puede haber más gente. Entre la gran escultura de “Flora” que ocupa la mitad de la esquina y que es un fin de semana de tres días, casi resulta imposible salir a la calle. Mi hija dice que no nos hace falta viajar, que en nuestra portería tenemos representado el mundo entero. Razón tiene…
“Esta mañana he salido a pasear a Nala y he visto al escultor Jaume Plensa”
Esta mañana he salido a pasear a mi perrita y ya en la portería he encontrado un lío tremendo: calle cortada, grúa gigante, policía, prensa, curiosos y, de repente, he visto al escultor Jaume Plensa con algunas autoridades. No lo he dudado, me he hecho una foto con él para inmortalizar el momento, pero se me ha olvidado preguntarle por los nombres femeninos de sus monumentales esculturas. En otra ocasión será …

Soñé que vivía en La Pedrera
El matrimonio Milà, propietarios de La Pedrera
En 1900 el Passeig de Gràcia era la avenida más importante de la ciudad y el escaparate del poderío de la burguesía catalana. Se empezaron a construir edificios emblemáticos proyectados por los arquitectos modernistas más influyentes de la época. Se instalaron los mejores teatros y cines; tiendas, restaurantes y las cafeterías más exclusivas.
Casa Milà fue un encargo a Gaudí de Pere Milà (un antepasado de la conocida periodista Mercedes Milá) y Rosario Segimon, un matrimonio burgués que quiso tener su propio edificio modernista en el Eixample de Barcelona con otras joyas modernistas en Barcelona. De temperamento sobrio y serio, Doña Rosario siempre vivió en La Pedrera desde que se inauguró el edificio hasta su fallecimiento en 1964 con 93 años.

La Pedrera de Gaudí
Construida hace más de 100 años, entre 1906 y 1910, la creación de Gaudí causó espanto y las revistas satíricas de la época hacían chistes al respecto. Ciertamente, el arquitecto fue un gran incomprendido en la época. ¿Sabías que la fachada está inacabada? Tenía que estar revestida de trencadís pero los propietarios cortaron el grifo de la financiación, después de exceder el presupuesto varias veces. Fue el primer edificio de Barcelona que utilizó hormigón armado, lo que permitió a Gaudí crear las características formas curvas de la construcción.

La Pedrera no sólo ha albergado millones de turistas, sino que también estuvo ocupada por un mercadillo, un bingo, una pensión y hasta una casa de citas. Se trata de un edificio muy innovador para aquella época: la primera cochera en una casa residencial, disponía de agua caliente, ventilación natural y casi todas las habitaciones de los pisos son exteriores gracias a los tres grandes patios interiores. Una construcción singular y transgresora.

Este artículo “Soñé que vivía en La Pedrera” ha sido una ensoñación. Durante años mi deseo más codiciable era vivir en esta enorme escultura de Gaudí. Estaba enamorada de esta joya modernista y de su creador. Fantaseaba con pasear entre las sinuosidades del edificio cuando la puerta se cerraba a los turistas. Siempre que paso frente a La Pedrera la fotografío y la observo durante un rato, es un impulso irreprimible.

¿Soñamos que vivimos en La Pedrera?
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Bea, yo he soñada que me invitabas a pasar unos días en Barcelona contigo y me alojaba en La Pedrera. Me abrías las puertas de esa maravillosa casa y juntas proyectábamos nuestros próximos viajes. Sueños maravillosos que gracias a nuestra imaginación podemos vivir juntas . Un abrazo querida amiga y nunca dejemos de soñar.
Nunca dejemos de soñar… Qué bonitas palabras,Carmen!. Sigamos soñando en lugares maravillosos para compartirlos y vivirlos juntas. Nos esperan muchas aventuras!